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La soledad, un hecho social en ascenso


Por Belén Alavez Larios



Problema de investigación 


La sociedad existe cuando los individuos entran en acción recíproca; siempre para satisfacer determinados instintos o fines (Simmel, 2014, p. 102). Está comprobado que este hecho se relaciona con la evolución biológica desde los primeros grupos humanos, ya que las neuronas espejo, descubiertas en los primates y aun presentes en los humanos, permiten imitar y entender las acciones de los demás. Son esenciales para cubrir necesidades básicas como la protección, la alimentación y la reproducción (Iacoboni y Dapretto, 2006) (Harris, 1979).


Antes de Cristo, Aristoteles ya afirmaba que el hombre es un ser social por naturaleza. A lo largo de la historia de la humanidad, se han realizado diversos experimentos en el área de la psicología que confirman esta tesis. En 1945 el psicoanalista René Spitz comparó los comportamientos entre los infantes de un orfanato y los criados en una prisión junto a sus madres. El estudio reveló que la falta de contacto físico y soporte emocional llevaron a los huérfanos a ser más susceptibles a enfermedades y a niveles significativamente más altos de mortalidad, en comparación con los niños criados en prisión.


Posteriormente, en 1958,  el psicólogo estadounidense Harry Harlow privó a monos rhesus recién nacidos de interacciones y los colocó frente a madres sustitutas, una de alambre pero con leche y la otra de tela pero sin alimento. Los resultados demostraron que los animales prefirieron a la madre de tela, asimismo el aislamiento de los monos a temprana edad provocó serios problemas de ansiedad y tiempo después, mostraron incapacidad para relacionarse. 

La lógica de las formas de socialización de George Simmel (2014) indica que las acciones recíprocas establecen  unidades sociales, aún cuando existan grupos de hombres viviendo en forma individual. Entonces … ¿Qué pasa cuando una persona se siente sola, incluso estando en compañía? 


El hecho de que la soledad sea considerada como subjetiva proviene de dos perspectivas, la que proponen diversas personas dedicadas a la creación, de cualquier índole, en la cual se remarca que el estado de soledad es importante  para fomentar la creatividad y la producción de ideas. Dentro de este contexto, la soledad resulta placentera y es una elección personal sobre un estilo de vida (Jericó, 2015). Por otra parte, hay una comunidad de científicos de diversas áreas que ve a la soledad como un asunto de interés colectivo.


En 1981 los psicólogos Daniel Perlman y Letitia Peplau definieron a la soledad como una experiencia displacentera que se presenta cuando las relaciones sociales de una persona son deficientes ya sea en cantidad o en calidad. Este término ha sido utilizado en múltiples estudios porque abarca tres dimensiones: la primera, las relaciones sociales; la segunda, la soledad, como una experiencia subjetiva y la tercera porque relaciona la soledad con lo desagradable y angustioso. 


De acuerdo con el sociólogo estadounidense Philip Slater (1970) el individualismo extremo y la privacidad provocan rechazo a los compromisos sociales profundos y por ende, a la falta del sentido de comunidad. Los espacios diseñados para una persona, el teletrabajo, la socialización en línea, las largas distancias y la falta de seguridad son algunas de las causas que fomentan la soledad hoy en día (Griffin, 2010). Del otro lado de la moneda, el sociólogo Zygmunt Bauman en su libro Comunidad, menciona que formar parte de un grupo ofrece cohesión social y protección, pero también puede llegar a ser opresivo y restrictivo. 


Una investigación ejecutada por la Universidad de Duke y dirigida por el sociólogo Miller McPerson encontró que entre 1985 y 2004 el número de personas con las cuales el estadounidense promedio discutió asuntos importantes descendió de 3 a 2 y fue aún más impactante darse cuenta de que por el contrario, el número de personas que no tenía a nadie con quien discutir esos asuntos se triplicó, representando casi la cuarta parte de los encuestados (Olds y Schwartz, 2009). 


La mayoría de los estudios relacionados con el fenómeno de la soledad tienen como principal objeto de estudio a las personas de la tercera edad. En un documento emitido en el 2021 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se asegura que entre el 24% y el 30% de las personas mayores en China, Europa y América, se reconocen en los estándares de la soledad. 


En un esfuerzo por entender el fenómeno, más organizaciones y gobiernos se han aliado, como es el caso de las fundaciones ONCE y AXA, quienes junto con el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES) encontraron que en Catalunya el grupo de 18 a 34 años es el que padece mayor soledad, ya que el 28.4% se identifica con ella. En términos generales, el 18,4% de la población adulta se siente sola y el 12,6% se encuentra en el rango de la soledad (Fita,2014). 


Otro de los factores a tomar en cuenta es que demográficamente el mundo está en un proceso de cambio, desde los índices de natalidad, hasta la configuración del número de integrantes por hogar. Retomando la descripción de la sociedad estadounidense, en 1972 el número de hogares unipersonales correspondía al 6% de la población nacional, para el año 2008 la cifra se incrementó al 12% (Olds y Schwartz, 2009). Los datos más recientes expresan que el 10.57% de esa población vive sola (Census, 2020).  


La tendencia de las viviendas unipersonales no es exclusiva de Estados Unidos, en Japón este rubro representó el 34% de la población en el año 2023 (Nippon, 2024).  De igual forma, en Canadá, a pesar de la recesión económica y falta de asequibilidad de la vivienda, 4.4 millones de personas vivían solas en el 2021, lo cual representaba el 15% de su población adulta; sin embargo, en el caso canadiense, el detonante de este fenómeno es el envejecimiento (Statistics Canada,2022). 


En México, el número de integrantes por hogar ha ido disminuyendo, pasó de 4.4 integrantes promedio en el año 2000 a 3.6 en el 2020 (INEGI, 2024). En cambio, el grupo doméstico unipersonal incrementó de 5.1% en 1970 a 9.5% en el 2010 (Rabel y Vasquez, 2014). Aunque los ejemplos pueden seguir, es solo una evidencia de lo relevante que resulta estudiar la soledad en cualquier tipo de grupo y sociedad. 


En el plano empírico, la soledad se ha vuelto medible; hay tres escalas principales: la más utilizada, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), creada en 1970, cuenta con tres sencillas preguntas que sirven para identificar la conexión relacional, social y la autopercepción.  Otra, de Jong Gierveld, diseñada en 1987 y utilizada para medir el grado de soledad que sienten las personas mediante seis secciones. También existe la Evaluación de la Soledad Social y Emocional en Adultos (SESLA), establecida en 1993 para dimensionar el fenómeno desde lo social, lo familiar y lo sentimental (SoledadES, 2024)(The Esmée Fairbairn Foundation et al, 2011). 


Uno de los acontecimientos que marcó un incremento en la soledad fue la reciente pandemia por Covid-19, ya que el confinamiento de la población en sus hogares propició pensamientos repetitivos y pasivos que naturalmente dieron lugar a la soledad y la ansiedad (Orozco, 2022). Está comprobado que la soledad paradójicamente genera más soledad; después de un tiempo, la percepción de los otros puede llegar a tornarse hostil debido a que se deterioran las habilidades relacionales que se forman mediante las dinámicas interpersonales (Nardone, 2021). 


De acuerdo con la información disponible y mi valoración, a partir de la pandemia por Covid-19, los adolescentes son el grupo de edad más vulnerable en cuestión de soledad, porque pasaron sus primeros años de estudio en sus hogares. En el 2016, antes de ese fenómeno biosocial, investigadores encontraron que las niñas y los niños de 5to y 6to año de primaria en Santiago del Estero, Argentina, ya presentaban comportamientos típicos de la soledad (26%) y padecían aislamiento social (19%). Aunado a lo anterior, el 26% de los adolescentes presentó insensibilidad social y escasa empatía al momento de ayudar y/o comprender a otros en situaciones complicadas. Por otra parte, la soledad no deseada, en casos extremos, tiene consecuencias sociales como el suicidio. De un total de 6,775 adolescentes mexicanos, el 44.12% ha tenido una  ideación suicida y  el 7.39% conductas suicidas (Casas, et al, 2024). 


Si antes de la pandemia había un sector de adolescentes que ya presentaba dificultades para desenvolverse socialmente, ya sea por la falta de la presencia de los padres en el hogar a causa del trabajo, la comunicación en línea o la falta de espacios para la socialización fuera del hogar y la escuela; la llegada de la pandemia intensificó la soledad no deseada en determinados grupos de adolescentes. Esta problemática no debe tomarse a la ligera, ya que en años posteriores serán adultos y es importante entender lo que sucede con ellos, ya que para desenvolverse a nivel personal y profesional necesitan desarrollar habilidades interpersonales. 


Tener un bosquejo de la soledad no deseada en los adolescentes será de utilidad para que los gobiernos y las organizaciones, sobre todo en México, tengan material para brindar soluciones a esta problemática, tal y como lo hacen actualmente Japón y Reino Unido, con sus ministerios dedicados a la soledad (Robledo, 2021)(Guimón, 2018).



Referencias 

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